Entre el Sol y la Luna........

RIVENDEL Dijo:

Pq "Luna"?
Fue la pregunta que me hizo una Elfa amiga en el Perfect World, y la respuesta fue y es simple,

Lapis Dijo:
porque me gusta la luna.

Desde muy chico me siento atraído hacia ella, no se, me gusta verla ahí, tan fría, distante, solitaria y tan misteriosa a la vez. Es uno de los paisajes mas sempiternos de este planeta, ha inspirado poesías, canciones, amores, fantasía y miedos. Estuvo presente en el despertar de la humanidad, como testigo silencioso de su nacimiento y desarrollo y ha soportado muchos de sus caprichos. Ha acompañado a esos primeros viajeros que se aventuraron al mundo en busca de algo nuevo, desconocido. Y que solitarios hubieran sido sus viajes sin ella.
Fue y aun es mi Amor Platónico mas allá de toda atracción física, el amor a la belleza misma que encierra. Cuando era chico, recuerdo subirme a la terraza de mi casa, en las noches de verano, y quedarme mucho tiempo viendo como subía desde los tejados lejanos, porque durante algunos días del mes, cuando está llegando a llena, la luna sale directamente en frente a mi casa, por el Sureste, y es realmente hermosa, grande y amarilla al principio, luego pequeña y plateada en el cenit.
No importa el día que haya tenido, me vasta con levantar la mirada un poco hacia ese firmamento salpicado de estrellas y encontrarla para que se dibuje en mi rostro una sonrisa y me llene de tranquilidad. O en esas mañanas donde a regañadientes salgo de mi casa para ir a trabajar, puedo verla aun a lo lejos, en el oeste, dispidiéndose tímidamente y augurándome que a la noche la voy a volver a ver. Estos son mis "Firuletes en la Luna"

Ahora, me encantaría seguir escribiendo acerca de la Luna, pero muchos ya se han encargado de hacerlo. Así que los dejo con un ejemplo de porque preferimos la Luna.


Nosotros y la Luna

Por Eugenio Mandrini

Entre el sol y la luna preferimos la luna. El sol alumbra demasiado, y donde sobra la luz agoniza el misterio. Mejor la luna entonces. Los poetas somos hechizados cuando ella aparece, y el hechizo es tan grande, tan blanco, que nos hace imaginar cuántas lunas puede ser la luna. Puede ser la cerradura por donde espiar las travesuras del viejito Dios. Puede ser el spot que ilumina el fantástico teatro de aquí abajo. Puede ser la grupa de la bella reflejándose en la maldita sábana vacía. Puede ser la obra de un niño asustado que hizo un agujero en la sombra para que venga en su ayuda la luz. Puede ser la piedra que arrojó un desconocido que está libre de culpa. Puede ser el ojo dramático del astronauta extraviado. Puede ser la alcoba soñada por los viejos románticos y los nuevos realistas (y también por nosotros que somos un poco de todo eso). Puede ser la precursora de la rueda, sólo que ahora rueda sobre los árboles. Y hasta puede ser la bomba que el último anarquista arrojará una noche sobre esta ciudad hermosa y terrible (más terrible que hermosa). Además la luna tiene su lado oscuro, que nos inquieta como un ruido en una casa vacía, como los bosques a cualquier hora, o como toda mujer que se desnuda lentamente, porque es allí, en lo oscuro, donde aguarda la deseada sorpresa. En cambio el sol alumbra demasiado. Alumbra tanto que no deja sombra tras las cuales esconder cada mañana las ojeras como cráteres, las manos llenas de puertas golpeadas, el alma cotidiana sin un beso, las fogatas apagadas o los bolsillos hundidos como muchos naufragios. Y para mal del alma el sol suele robarnos la lluvia, nada menos que la lluvia, ese mar antiguo y melancólico donde afluyen los grandes ríos del amor y del tiempo. Mejor la luna entonces. ¿Quién acompaña a los amantes en ese largo segundo de caricia y de muerte? ¿Quién conduce los deseos de los pobres cristos que sueñan con el reino de los cielos en la tierra? ¿Quien trabaja en la noche para que los charcos de lluvia y botellas rotas relampagueen como calidoscopios? La luna. Siempre la luna. Por eso es preferible que nadie escriba poesía habiendo sol. Quien lo haga podrá ser famoso (por un rato), entrar a los banquetes (alguna noche) y hasta gozar del elogio (demacrado) de los críticos. Pero nunca tendrá como nosotros la voz morada por beber de a vasos la intemperie ni en la mirada ese color de deshojado otoño ni el corazón como el aire disperso por el mundo. Mejor la luna entonces.


En Quenya: Isil

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